A veces pensaba que nuestro mundo estaba lleno de bandos inútiles que aunque quisieramos pelear contra ellos y destruirlos, no causaba más que hacernos ver peor de lo que ya éramos por el simple hecho de intentarlo y lograrlo así. Ya que no salíamos ganadores ni perdedores. Siendo aceptados por algunos y negados por otros mas al mismo tiempo. Aunque nuestras luchas fuesen constantes, de esfuerzo, de muchos fallecidos o de grandes honores, no sentía que fuera una razón por la cual continuar luchando o seguir haciendo el mínimo esfuerzo por servir a el reinado. Porque para mí, estar sobre los demás era ganárselo por ser una buena persona, eso que en algún momento reinó en nuestra comunidad, la humildad, el cariño, el esfuerzo por hacer que nuestras vidas fueran en convivencia. No pisoteando a todos para lograr terminar con una pila de gente y así sentarse sobre todo ellos sin dignarse a bajar la mirada.
Tranquilo tomaba mi arco, divisando el punto medio de aquella pequeña madera en forma de círculo en el gran árbol a unos metros de mí, cuando caí en la cuenta de lo que estaba realmente sucediendo ahí. Como también me volví a repetir que no podía hacer lo que había estado haciendo toda mi vida sino lo sentía como algo de lo que nos pudiesemos llegar a sentir honrados, honrados por ser los reyes del gran Bosque del Cielo.
Mientras tiraba de la cuerda, sintiendo el rápido latir de mi corazón, cómo el sudor amenazaba a mis manos con hacerlas imposibles de usar, escuchando el suave sonido que hacían mis llamas al recorrer el largo de la madera de la flecha que sostenía mi mano, con la presión de casi todos los importantes maestros que había en nuestra escuela mirándome y los expectantes ojos de mis compañeros sobre mí, sonreía ante esa patética escena.
¿Por qué querían ver nuestras cualidades perfectas? ¿Por qué nos esforzábamos por ser el mejor si de un modo u otro estábamos matando todo sin ganar nada? ¿Por qué cada vez vivir era más como estar preparado para morir?
Casi al instante que mi mano soltó la flecha e hice que mi arco descendiera para ver el resultado, la flecha dio en el medio de la circunferencia y sonreí triunfante. Gritos de emoción, alabanzas o de desapruebo se hicieron presentes. Sin embargo todo pareció volverse más tenso porque algo en mi resultado no estaba saliendo bien y mi sonrisa lentamente se desvaneció entre que las voces bajaban su volumen. Las llamas no parecían haber desaparecido con el tocar la madera, si no que se habían propagado a la madera en forma de circulo, comenzando este a incendiarse y amenazando con llegar al grueso tronco que tenía atrás con rapidez. Inmediatamente vi como chorros de agua le caían de distintas direcciones y supuse que se trataba de los encargados que estaban a los lados del gran escenario, pero yo seguía sorprendido. En ese momento todos me miraron con decepción y asombro, volví a sonreír ampliamente ante eso. No esperaba que mis pensamientos lograran ese resultado pero nadie sabía cuánto deseaba que eso fuera así.
Esperaban que lo hiciera perfecto y eso les había entregado, simplemente que con un toque final distinto.
Ya no tenía tiempo para pensar en nada más que lo realmente bien que me sentía y deseaba ya que las consecuencias de lo que había hecho me vinieran encima. Habían sido años de práctica, años pensando que la única forma de sobrevivir era ser totalmente perfecto hasta ese mísero momento en el que iba a soltar mi flecha. Porque las consecuencias no me iban a importar, ni a afectar. Había sido lo peor que había hecho en toda mi vida, era la peor caída que podía haber tenido a lo largo de mis diecinueve años vividos, sin embargo ya no me arrepentía de nada. Minutos antes, cuando estuve en la fila, quizás pude haber estado preocupado de que algo malo saliera, pero cuando pensé en todo lo que en realidad nos estaba ocurriendo, mi mente sufrió un giro inesperado. Ya sabía qué era lo que quería. Los brazos de los guías me llevaron escaleras abajo del escenario para que caminara de una vez porque ante lo sorprendido que estaba de lograr ese efecto con el fuego sin siquiera pensar en que quería que fuese así, no reaccioné a que debía bajar.
“Esa fue la actuación de Park Chanyeol, diecinueve años, Clase de Fuego”.
“Eh Park, ¿no que eras el mejor en tu especie? ¡Qué gran idiota!” escuché el gritar de uno de mis compañeros que preferí ignorar por mí bien y por el de él, colocándome al final de la fila de los que eran de la Clase de Fuego. A medida que adentraba en el gentío de alumnos, recibí elogios por mi actuación por parte de los demás elfos como desapruebo también. Pero lo que más me importaba en ese momento era lo genial que me sentía de haber visto como todo el mundo se había ido abajo cuando uno de los alumnos preferidos y perfectos de la Clase de Fuego casi quema el centro con una buena y precisa puntería.
A medida que el evento avanzaba, podía sentir las curiosas miradas que me volteaban y ahora incómodo chocaba con ellas, por lo que preferí continuar con la mirada hacia el frente. No sabía por qué, pero en ese momento ya sentía compasión por cada una de las vidas de los alumnos, de nosotros y de mí. Éramos usados desde que teníamos uso de razón, sin siquiera dejarnos pensar en qué es lo que queríamos, qué sueños teníamos y nos instauraban en una organización que planeaba ser usada para los posibles combates contra la oscuridad del bosque.
Fue en ese momento que me di cuenta de todas esos detalles que nunca noté.
Terminada las presentaciones de la Clase de Hielo, de Agua, de Viento y entre otras, llegó finalmente la esperada Clase de Luz. Estos eran esperados principalmente por nuestra clase porque teníamos una especie de rivalidad por el simple hecho de que nuestras cualidades eran parecidas. Podíamos quemar lo que quisiéramos, sí, pero ellos podían traspasar la carne del atacado algo al mismo tiempo que le quemaban por completo y en eso éramos superados. Eran admirables para todos y aunque encontrara que todo eso era una burla, tenía cierta curiosidad por ver cómo las luciérnagas sorprenderían a la nobleza presente.
Las presentaciones eran sorprendentes. Había desde chicos que tiraban su flecha, junto con tres líneas de luz que acompañaban a la flecha, dando las cuatro en el centro; hasta elfos que hacían ondear las luces alrededor de la flecha antes de dar en el punto medio de la madera.
Se oían burlas, desapruebo, groserías provenientes casi la mayoría de nuestra clase y yo podía ver como los molestos rostros de mis compañeros no parecían más que mostrar inseguridad por culpa de unas buenas presentaciones, casi temiendo el que quizás ellos no habían hecho lo mejor en las suyas propias o en los propios frutos de sus esfuerzos. Comenzaba a ver esas cosas que nunca había notado de nuestro actuar. Uno de los elfos de fuego me propinó un golpe en el hombro y yo asustado ante aquello, le miré entre sorprendido y atacado “¿Qué es lo que ocurre?” dije alzando la voz por todo el bullicio y él bromeando me dijo “¿Por qué estás tan callado? ¡Ya no te reconozco!”.
Le iba a contestar de la manera con la que se trataría a alguien que pertenece a otra clase en mi mundo. De esa forma en la que desacreditan por completo al otro, haciéndolo caer tan bajo que llega a creer que necesita seguir luchando para ser el mejor. Quise expresarle todo el odio que en ese instante empezó a crecer en mi interior, aferrando a su paso los recuerdos de mi infancia, esos en los que luchaba por tratar de controlar las llamas, las desgracias y muertes. Verle sonriendo con diversión ante el burlarse de los demás me hacía sentir asqueado de mí mismo. Quise dejar escapar a gritos la decepción que comencé a sentir, fría e hiriente, aunque él no tuviese la culpa de que toda nuestra especie se estuviera yendo al mismísimo infierno. Sin embargo por una fracción de segundos algo me detuvo. Una mirada a unos metros de toda la masa de elfos que se abatían a gritos en mi clase. Pude haber o no haber notado esa mirada, pero algo parecía ser distinto esta vez. Provenía de la larga fila que se arqueaba para subir al viejo escenario hecho de madera iluminada por los suaves rayos del sol, que eran colados por las copas de los grandes árboles que nos resguardaban en esa parte del bosque. Al topar mi mirada con la de esa extraña persona, mi expresión pareció apaciguarse por unos instantes y olvidé que tenía las precisas palabras para comenzar una discusión entre mis labios. Mi expresión se tornó a extrañeza al percatar quién era realmente el que me estaba viendo. Era un chico de muy pocas veces había visto, sólo recordaba haber topado con él cuando abucheábamos a su grupo en los descansos de las clases en la escuela. Pero eso no era lo más extraño, sino lo que quería decir su mirada, hacía que sintiera un gélido y extraño sentimiento. Intenté descifrarlo pero me había pasado la vida ignorando tantos detalles que no pude percibir que su mirada expresaba angustia y una pizca de admiración.
Ya cuando el desconocido chico había cortado el extraño contacto visual, yo volteé a mi lado en busca de mi compañero, pero ya no había señales de él.
Me sentí solo. Sí, me sentí solo entre los veinte alumnos de la Clase de Fuego que saltaban para poder ver las presentaciones y criticar cada pequeña cosa, cada pequeño error, para sacar su profundo odio por medio de estas.
Todo era diferente. Yo era diferente y no había vuelta atrás. Ya estaba lleno de preguntas y todo me parecía una cruel broma.
Con el ceño levemente fruncido, continué viendo cada una de las fantásticas presentaciones de los chicos con capacidades increíbles con las luces, un arco y una flecha. Entendía por qué había tanta rivalidad entre nosotros, pero cabía destacar que los dos grupos como los demás habían hecho excelentes trucos para demostrar sus asombrosas habilidades y nuestro actuar con respecto a las bromas, solo primaba de inseguridad y envidia. Por lo que ahora no podía dejar de pensar en que estaba inserto en una mentira, una forma de hacernos creer que esta es la manera en la que tenemos que vivir. Preguntándome por qué no podíamos usar dichas habilidades para otras necesidades, otros ámbitos que no fuera precisamente el quitarle la vida a quien atacas. Porque nos habíamos vuelto tan perfectos con el mando de nuestros poderes, que era sorprendente el pensar en que serían simplemente usadas para atacar a la oscuridad o a nuestra misma especie. Artes perdidas, esfuerzos en vano.
¿Cómo sería el bosque tras esas altas maderas apiladas que hacían el límite del bosque y el reino? ¿Cómo sería hacer lo que uno quisiera con sus poderes? ¿Cómo sería vivir sin tener que luchar?
No obstante, mis pensamientos volvieron a ser interrumpidos al ver que el extraño chico era quien ahora ocupada el escenario. Parecía decidido y no había ningún signo de que estuviera vacilando al estar ahí. Pensé que tal vez su mirada me había querido decir que me podía superar o algo por estilo, casi desafiandome y me molesté al pensar en que seguía inmerso en la competición contra todos. La manera en que tomó el arco, la manera en que sus dedos lo rodearon, me llamó la atención. Sus movimientos parecían estar llenos de una suavidad y delicadeza que ninguno de los que habían ya estado ahí había siquiera mostrado. Siempre eran bruscos movimientos con toques toscos y precisos. La luciérnaga mordió su labio inferior y por alguna extraña razón, la curiosidad me estaba matando por saber qué sería lo que terminaría por hacer aquel chico. Hasta que con un gesto de molestia soltó su flecha, que desprendió puntitos flotantes alrededor de su flecha y mis ojos se abrieron por el impacto.
Le había dado de pleno a uno de los grandes troncos que estaban tras el árbol que tenía el pequeño círculo donde debió haber dado su flecha.
Un silencio sepulcral reinó el ambiente y nadie se atrevió a decir algo al respecto porque lo que acababa de ocurrir era sorprendente. Tal vez en el tiempo que yo había vivido no había pasado nada igual y menos antes. Eran muy escasas las veces en las que un elfo de la clase que fuera, no le diera bien a su puntería o al centro. Podían fallar sus poderes, pero siempre daban en la madera indicada, no fuera.
No entendí por qué, pero sentí cómo el desconocido chico había aguantado la respiración ante el horror de ver cómo había fallado. Le eché una mirada nerviosa a los jueces, en busca de su reacción. Si anteriormente habían mostrado desapruebo con mi actuación, ahora parecían más molestos que cualquier otra cosa. Cuando volví la mirada al asustado chico, observé cómo parecía que su imagen se fuera a desaparecer en pedacitos en cualquier momento de lo pálido que estaba. Mis manos se cerraron en puño ¿por qué teníamos que soportar que creyéramos que éramos lo peor por haber fallado? ¿por qué nos hacían creer que no teníamos otra opción que ser magníficos?
Le dieron otra oportunidad y volvió a fallar. Lo que provocó que reviviera el ardiente griterío de mi clase. Comenzaron a cubrirlo de desapruebo, asco, groserías, sin dejar de estamparle en el rostro “eres un completo perdedor” una y otra vez. No pude soportarlo, por lo que con cada palabra que salía de la maldita boca de mis compañeros hacía que la rabia se acumulara en mi revuelto estómago. Veía sus victoriosos rostros al enterarse que alguien de las luciérnagas había fallado y eso no me causaba más que asco. Asco por la completa mentira en la que estábamos, náuseas por el que estuviéramos acostumbrado a molestar a los que fallaran.
Alcancé a ver como aquel peculiar chico, soltaba el arco en signo de no poder creer que lo que había pasado. Sus pasos tituberaron mientras no podía dejar de mirar donde habían caído sus flechas aún con asombro y angustia. Hasta que un sonoro “Byun Baekhyun, Clase de Luz, decinueve años”, seguido de unos pesados pasos subiendo las escaleras al escenario rompieron su expresión. Les miró asustado y ahí sí pude notar que esta era de miedo, no parecía querer bajar. No parecía tener intención de bajar. Pero le sacaron a tirones del escenario tomando sus brazos, casi como si se tratara de la vergüenza misma en persona que debía ser escondida. Yo molesto no paré de verles con odio y sentía una extraña necesidad de ir a golpear a los ayudantes para que dejaran de tratarlo de esa manera. Porque no merecía eso, ninguno de nosotros merecía ser tratados de esa forma por fallar.
“Quiero salir de este lugar. Por más mísera que sea la posibilidad de escapar, quiero creer que se puede, que puedo descubrir lo que está detrás de lo que nos quieren mostrar”.
「➸」
Todos habíamos separado ya y tampoco tenía la intención de seguir a los demás para celebrar por nuestras actuaciones. Sinceramente las ganas de ver a mis amigos caer en esa mentira me angustiaba y apenaba, pero no podía hacer nada al respecto. Si les contaba lo que había descubierto, era probable que me creeyeran loco y me acusarían con los líderes de nuestra clase, en un par de segundos. Por lo que estaba apoyado en uno de los robustos árboles a la lejanía de nuestras cabañas, cerca de la entrada al bosque dividido en dos por la gran pared que nos mantenía lejos de todo el reino.
No hacía nada más que cerrar mis ojos, como si quisiera descansar de todo el ajetreo que había vivido en la mañana. Aunque más que nada, el ajetreo que había sufrido en la cabeza. Yo hubiera estado saltando, celebrando que éramos los mejores nuevamente, que varios de nosotros habían sido elegidos para la otra ronda de muestras, sin embargo estaba desperdiciando mi tiempo en dejar que el sonido del viento en las copas de los árboles me diera tranquilidad. Habían comenzado a nacer en mí tantas preguntas, tan pocas respuestas y tanta ansiedad que realmente me sentía con náuseas. Temía que el pensamiento de “no tengo salida” me controlara para guiarme a la desesperación, al pánico. Por lo que estaba haciendo lo posible por mantenerme tranquilo, respirando de lo que podría ser una solución. Sí, ese aire que venía de las afueras, ese aire que llenaba mis pulmones recubriendo mi miedo.
Hasta que un sonido quebró de golpe todo lo que había intentado hacer. Abrí mis ojos de golpe y mis cejas se fruncieron al instante. Viré mi mirada hacia donde se supone que había captado el sonido, a unos arbustos a unos metros de mí , pero no vi nada que me pudiera aclarar la extrañez. Al no hacerse presente de vuelta el desconocido sonido estuve a punto que volver a apoyar a apoyar mi cabeza y cerrar mis ojos, pero nuevamente se hizo presente. Entonces así caí en la cuenta y supe que sonido era. Era el sonido que emitían las flechas al chocar con el aire, flechas lanzadas desde muy cerca. No parecían ser en mi dirección, pero caían en distintos lugares. ¿Qué rayos era eso?
Con curiosidad y sigilo, intenté acercarme a lo que parecía ser alguien lanzando flechas sin control. Sintiendo solo el seco pisar de mis pies sobre el húmedo suelo.
Lo que no creía que me encontraría era a un chico desparramado, bañado en lágrimas, con parte de sus brazos con moretones, su cabellera desordenada, sucio y lo peor era que se trataba de aquél chico de baja estatura que había fallado en la Clase de Luz, tirando una y otra vez las flechas que traía en la espalda.
Inmediatamente mi pensamiento fue evitar interrumpir algo en lo que no me debía entrometer, pero al mismo tiempo pensé que ese era una idea superficial que generalmente solía usar para evitar los posibles problemas que podrían afectar mi rendimiento y mi persona. Rendimiento que parecía ser lo más importante que guiaba mi vida y ese momento ya no tenía sentido afectarlo, no tenía sentido si quien estaba al frente mío era también uno de los afectados por la mentira en la que estábamos amarrados.
“¡Hey, hey! ¡¿Qué se supone que haces?!” Intenté alzar la voz por encima de sus sollozos, mientras me acercaba por uno de los costados del adverso con cuidado.
Al instante, el castaño se giró ágilmente en mi dirección, amenazando con su arco. Vi como el miedo estaba plantado notoriamente en su mirada y expresión. Mi respiración se cortó en ese momento y le negué con rápidamente un par de veces, escondiendo en mi expresión el que pudiera sentirme agredido por lo que estaba haciendo ahora el más bajo. Aunque realmente fuera así.
“No voy a hacerte nada… “ Sin que yo lo quisiera así, mi grave voz había sonado a total molestia y yo no entendía por qué si simplemente quería tranquilizarlo.
“Mientes” Me respondió con una cortante voz, tratando de ocultar de una forma no factible su rostro tras su arco y se podía ver la humedad de sus mejillas causadas por las lágrimas que caían de sus ojos.
“Si te quisiera hacer daño, no dudaría en ya haberlo hecho.”
Mi mirada vagó entre los árboles, pensando en una idea para poder calmar a aquél chico o más bien, hacerle entender que de verdad no le haría daño. Porque esa vez, por primera vez en mi vida, no quería herir de algún modo a otro de mi especie sin razón a justificar. Sentía angustia, sí, creía que se trataba de una sensación parecida a aquella y se estaba anidando en mi pecho a medida que me acercaba a pasos suaves al más bajo y mientras el otro se volvía a encoger del posible miedo ante mi cercanía.
“¡No puedo creerte! Eres un quema-todo… eres uno de ellos”.
“Hey, lo juro, no te quiero hacer daño. No es mi intención ahora. Déjame… ser de ayuda ¿sí?” No pude negar que mi voz sonó extraña en ese momento, sonaba tranquila y real. La molestia había desaparecido o se había aminorado al yo decir aquellas palabras. Fue así que solté las flechas que llevaba colgadas en mi hombro y después mi arco, cayendo estas cosas al suelo con un sordo golpe.
Era tan extraño ser sincero, que no sabía que podría serlo.
El sucio chico que había mantenido una nerviosa mirada desde que notó mi prescencia, pareció tranquilizarse de forma tenue y sus pies habían detenido el retrodecer tanteando el suelo como temiendo caer en cualquier momento, solo por verme haber soltado mi única arma. Pero volvió a insistir alzando su arco, achinando sus ojos ante las inminentes lágrimas que continuaban saliendo de sus ojos, desesperado de un instante a otro. Tal vez por el que había vacilado.
“¡¿De qué me serviría tu maldita ayuda, eh?! ¡¿Por qué querrías ayudarme?! Vamos, no soy de tu clase… Solo, véte y déjame en paz. No quiero que me resfrieguen una y otra vez lo idiota que soy porque de seguro te han mandado a eso”.
“¿Qué…?”
“¡Porque ya lo sé, soy un idiota! ¡Vete de una vez o no dudaré en apuntarte!”.
“No he llegado acá por eso. No sé por qué te explico esto pero solo estaba acá para alejarme de todo lo que estaba sucediendo allá”. Espeté hablando molesto ante sus palabras mientras apuntaba en la dirección en que estaban nuestras cabañas. No podía negar que me hacía enojar de algún modo. Porque si quería ayudarle, no podía ser de esa manera. Aunque realmente no estaba seguro de que estuviera bien el que me enfadara. “No tenía ni una jodida idea de que había alguien acá hasta que sentí flechas”.
“Si no te quieres ir, no me expliques nada, sé que me golpearás al final ¡Anda, hazlo de una maldita vez entonces!”.
“No vengo-” intenté volver a conversar pero me vi interrumpido.
“¡Hazlo!” me gritó el más bajito, cortando mi hilo de pensamientos.
Ya me había sacado de quicio ese elfo, pero no por la razón por la cual él creía, sino que por lo bobo que se estaba comportando. No le podía juzgar por no creerme porque era imposible que en nuestra vida hubiera alguien en quien confiar si en algún momento hizo daño sin dudar, más aún si se trata de alguien de otra clase. Pero si se estaba bajando a que merecía que le hiciesen daño o que se llamase a sí mismo idiota, eso no hacía más que enfadarme completamente. Fue así que decidido me acerqué a el cuerpo del contrario, ignorando el que hubiera soltado su flecha que salió en una dirección equivocada perdiéndose en los matorrales y que hubiera caído hacia atrás al querer alejarse. Le quité el arco de las manos con cuidado y posé mis manos en sus antebrazos cuando me agaché a su altura. Su respiración no parecía serenarse, es más, estaba aún más asustado de lo que estaba anteriormente y había bajado su mirada, escondiendo su rostro ante la espera de cualquier cosa que le viniera encima. Entonces me di cuenta de que su voz decía que no le importaba nada que lo que estuviera sucediendo pero su expresión, como se colocó en ese momento, me hacía entender lo aterrado que estaba de todo lo de su alrededor, tiritando de el pánico. Mi mirada se detuvo en los moretones y rasmillones que se asomaban en pequeños rasgaduras de la prenda que cubría su torso, en sus delgados brazos y en varias partes de su rostro, incluídas las pequeñas manchas de sangre esparcidas por su rostro a causa de sus lágrimas.
¿Por qué debíamos soportar esto?
“Hey, no entiendo por qué te llamas idiota. Aunque sí lo eres al llamarte de ese modo porque estás equivocado. Puede que me escuches o no, pero tienes que entender que de verdad lo que crees que eres, ni tampoco mereces que te golpeen, ni tampoco mereces que te griten. No estoy seguro de qué se debería recibir por fallar, pero no creo que golpear y desmerecer sea una de las opciones” Solté el agarre de sus antebrazos con suavidad, casi impresionado de que mis pensamientos lograran ser plasmados en mis palabras, palabras que parecían tan extrañas viniendo de mí, pero tan reales al mismo tiempo. Me acomodé sobre mis rodillas sin poder quitar la mirada de ese desgraciado chico “Tampoco sé si debería decirte esto pero no deberías preocuparte por creerte el que eres una verguenza, porque, no lo eres”.
“No quiero…” balbuceó el castaño de un instante a otro, llevando sus propios brazos a rodearse a sí mismo entre que se inclinaba un tanto hacia abajo y trataba de controlar ahora unos leves sollozos que habían reaparecido. “No quiero más esto. Si me vas a hacer daño, no esperes mas”.
“Basta, no voy a hacerte daño porque no quiero hacerte daño ¿Puedes entender?”.
El chico se encogió abrazando sus rodillas y escondiendo su rostro entre sus piernas. “No entiendo qué hace un quema-todo hablando conmigo” se le escuchó decir con dificultad para oírle.
“Ni yo tampoco sé que estoy haciendo al hablar con una luciérnaga, pero es lo de menos. Sí, ahora es lo de menos porque aunque suene raro, quiero ayudarte” decía mientras continuaba observando cómo el chico se estremecía en sus sollozos.
No sabía qué hacer al respecto, pero solo quería hacerle entender que desde ese instante, ya no estaba solo.